28 diciembre 2025

El pensamiento crítico como defensa democrática frente al adoctrinamiento en la era algorítmica

Por: Aldo ZANABRIA 

Vivimos una paradoja educativa: nunca hubo tanta información disponible y, sin embargo, es cada vez más difícil sostener conversaciones públicas con argumentos, evidencia y mínimos acuerdos sobre hechos. La abundancia informativa no ha significado mayor autonomía intelectual; por el contrario, ha abierto espacio para nuevas formas de persuasión y captura de la atención. En este escenario, el pensamiento crítico deja de ser un “plus” académico y se convierte en una competencia de supervivencia democrática: permite distinguir entre evidencia y opinión, reconocer sesgos, detectar falacias y tomar distancia de discursos que buscan adhesión emocional antes que comprensión racional.

El adoctrinamiento no opera solo como imposición explícita de ideas. También se instala cuando el sistema educativo premia la repetición, castiga la duda, reduce el debate a consignas o reemplaza la argumentación por la autoridad. Desde la tradición de la pedagogía crítica, la educación debería formar sujetos capaces de leer el mundo, no solo de memorizarlo; cuando se renuncia a esa tarea, el aula puede convertirse —sin proponérselo— en una fábrica de conformismo intelectual (Freire, 1970). Henry Giroux insiste en que la pedagogía es inseparable de la política cultural: educar también es disputar sentidos, y si esa disputa se abandona, otros actores (medios, propaganda, plataformas) ocuparán el lugar de “educadores” sin rendición de cuentas (Giroux, 2020).

Aquí aparece un punto clave: el pensamiento crítico no es únicamente lógica formal. Incluye autorregulación, ética y habilidades para manejar emociones bajo presión informativa. En esa línea, José Antonio Marina ha defendido que educar implica lograr aprendizaje efectivo y que la formación de la inteligencia (incluida la dimensión ejecutiva) debe orientarse a decisiones responsables, no a la simple acumulación de contenidos (Marina, 2012). En un país como el Perú —marcado por desigualdades educativas y tensiones sociopolíticas recurrentes— esto es especialmente urgente: si el ciudadano no aprende a preguntar “¿cómo lo sabes?” y “¿qué evidencia lo sostiene?”, queda expuesto a la manipulación con la misma facilidad con la que consume titulares.

El riesgo se intensifica con la arquitectura digital contemporánea. La personalización algorítmica tiende a reforzar preferencias previas, aislando al usuario en entornos de confirmación, donde lo diferente se vuelve invisible o “amenazante”. Eli Pariser popularizó esta alerta al describir cómo los filtros de personalización pueden reducir la diversidad informativa y empobrecer la deliberación pública (Pariser, 2011). No se trata de culpar a la tecnología, sino de reconocer que sin alfabetización mediática y pensamiento crítico, la ciudadanía compite en desventaja contra sistemas diseñados para maximizar permanencia, reacción emocional y consumo de contenido.

Por eso, relegar humanidades en favor de un enfoque exclusivamente técnico es un error estratégico. Martha Nussbaum advierte que, cuando las sociedades recortan artes y humanidades para priorizar “productividad”, terminan debilitando las capacidades que sostienen la democracia: empatía, pensamiento independiente y deliberación razonada (Nussbaum, 2010). La UNESCO coincide al proponer una visión humanista de la educación: no solo formar para el empleo, sino para la vida en común, la ética pública y el aprendizaje permanente (UNESCO, 2015). En conjunto, estas perspectivas sostienen una idea simple pero incómoda: la educación que no forma criterio termina formando obediencia, y una ciudadanía obediente es terreno fértil para el fanatismo.

La salida no es un currículo “anti-tecnología”, sino una reforma educativa que integre ciencia y humanidades bajo un objetivo superior: formar personas capaces de comprender su tiempo, resistir la manipulación y actuar con responsabilidad. Enseñar pensamiento crítico desde edades tempranas —como sugiere la línea argumental de Marina— supone prácticas concretas: debate con reglas, evaluación de fuentes, escritura argumentativa, análisis de sesgos, y ética del discurso en entornos digitales. En una sociedad atravesada por narrativas extremas, el pensamiento crítico no promete unanimidad; promete algo más realista y valioso: disenso con razones.

En síntesis, el pensamiento crítico es hoy una defensa democrática frente al adoctrinamiento “duro” (imposición ideológica) y el “blando” (captura emocional y algorítmica). Apostar por él es apostar por una ciudadanía que no se deje llevar por consignas ni por burbujas, sino que aprenda a decidir con evidencia, principios y responsabilidad pública.

Referencias 

Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores. https://www.sigloxxieditores.com/libro/pedagogia-del-oprimido_53586/ 

Giroux, H. A. (2020). On critical pedagogy (2nd ed.). Bloomsbury Academic. https://www.bloomsbury.com/us/on-critical-pedagogy-9781441116222/ 

Marina, J. A. (2012). La inteligencia ejecutiva. Ariel. https://www.joseantoniomarina.net/libros/la-inteligencia-ejecutiva/ 

Nussbaum, M. C. (2010). Not for profit: Why democracy needs the humanities. Princeton University Press. https://assets.press.princeton.edu/chapters/s10858.pdf 

Pariser, E. (2011). The filter bubble: What the Internet is hiding from you. Penguin Press. https://www.penguinrandomhouse.com/books/309214/the-filter-bubble-by-eli-pariser/ 

UNESCO. (2015). Replantear la educación: ¿Hacia un bien común mundial? UNESCO. https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000232697/PDF/232697spa.pdf.multi 

0 comentarios: